Trabajando en una serie de apuntes filosóficos dedicados a temas de tecnología digital, hablaremos esta vez de WeChat, el equivalente chino de WhatsApp, y algunas de las lecciones que podemos extraer de ello.
Está columna de opinión fue publicada originalmente en la Revista Metroflor.
WeChat, fundada en 2011 por la compañía Tencent y que actualmente cuenta con más de 1000 millones de usuarios, es mucho más que una empresa de mensajería instantánea. Desde su lanzamiento ha estado incorporando una multiplicidad de funciones que la hacen mucho más completa, conveniente y, hay que decirlo, peligrosa.
Con WeChat se puede enviar mensajes de texto, voz, ubicación, información de contactos, archivos, etc. También se puede enviar videos, hacer llamadas y video llamadas. Además, WeChat tiene muchas otras funcionalidades. Por ejemplo, a través de ella se puede pagar en línea y en almacenes físicos; transferir dinero, pedir servicios de transporte, comprar y vender bienes y servicios, encontrar personas u amigos y comunicarse con ellos, reservar hoteles, buscar trabajo, jugar videojuegos e, inclusive, desarrollar pequeños programas dentro de la aplicación. Además, WeChat se puede utilizar como un número de identificación oficial para acceder a servicios del Estado como la administración de justicia y la salud. La identidad se comprueba a través de mecanismos de reconocimiento facial y reconocimiento de voz.
Palabras más, palabras menos, WeChat reúne en un solo lugar aplicaciones como WhatsApp, Facebook, Booking, Uber, Tinder, Paypal, LinkedIn, el buscador web y la cédula de ciudadanía. Esto sin duda pone a los administradores de la aplicación en una posición de franca dominancia y a sus usuarios en una posición de franca vulnerabilidad, pues de la utilización de la aplicación se puede inferir absolutamente todo de ellos (preferencias, orientación política y sexual, capacidad de compra, actividades diarias, lugares frecuentados, religión, etc.). Se trata de una verdadera centralización de la información y, por lo tanto, del poder.
Ahora bien, el permiso de funcionamiento en China está sujeto al cumplimiento ciertas condiciones. Las compañías no pueden permitir que sus servicios se utilicen para criticar al régimen o al partido, promover sentimientos reaccionarios (anti-socialitas), de inconformidad o separatismo. En suma, existe una atmósfera de implacable censura y control y la tecnología se utiliza para potenciarla.
Por eso, toda información derivada del uso de WeChat queda precisamente registrada. Cada mensaje, archivo enviado, pago, reserva etc. puede ser utilizado en contra del usuario que lo generó. Por la misma razón, las comunicaciones que tengan alguna relación con eventos como la masacre de Tiannamen (1989) son automáticamente bloqueadas, impidiéndose que lleguen a su destinatario. Ciertas palabras que se consideran subversivas desaparecen instantáneamente, por lo que las conversaciones pierden su sentido; las reuniones que por allí se acuerdan son interceptadas si se consideran como de interés. Se reportó, por ejemplo, que la policía apareció en el lugar de encuentro de un grupo de personas que habían acordado reunirse a través de WeChat para celebrar un evento de poesía cuyo tema era Hong Kong. Algunos de ellos fueron capturados. Hong Kong es un tema muy sensible políticamente en China, pues los hongkoneses se consideran independientes, mientras que el gobierno los considera parte del país y hace todo cuanto puede por ejercer su poder allí. Las minorías musulmanas y la región del Tibet (quienes también se consideran independientes) son otros de los temas sensibles que no se pueden tratar. Teniendo en cuenta datos recabados de aplicaciones como estas, las autoridades infieren quién es peligroso y quién es confiable, administrando castigos y prebendas, según sea el caso.
WhatsApp, por su parte, tiene más de 2000 millones de usuarios en el mundo y pertenece (desde 2014) a Facebook, el Gran Hermano de occidente. Aunque los servicios de mensajería de WhatsApp están encriptados, de modo que nadie, excepto el emisor y el receptor del mensaje pueden saber qué contiene el mismo, se recolectan muchos otros datos y metadatos de los cuales se puede inferir información personal altamente precisa. Pero además de esto, WhatsApp también ha venido ampliando rápidamente sus funcionalidades. De remplazar al SMS o mensaje de texto, hoy en día es capaz de transmitir ubicaciones, archivos, textos, voz, hacer transmisiones en vivo, publicar estados, etc. Además, está iniciando su modelo corporativo, con lo cual, por ejemplo, se podrá pagar y transferir dinero a través de la aplicación; también está integrando la información en ella contenida con las compañías que pertenecen a su misma familia, es decir, Facebook e Instagram, entre otras. WhatsApp va, sin duda, por el camino de WeChat.
Es bueno ser consciente de las posibilidades que pueden resultar de la integración de funcionalidades y la centralización de la información. No solo debemos protegernos de eventuales cambios políticos que nos pongan en un lugar similar a aquel en que se encuentran los ciudadanos chinos, de forma que las aplicaciones que nos sirven para nuestros negocios y actividades cotidianas sean utilizadas en contra de nuestra libertad y autonomía. Debemos además temer por la suspensión del servicio. ¿Qué pasaría si colapsara la plataforma a través de la cual nos comunicamos, trabajamos, hacemos nuestros pagos, compramos, cogemos taxi, etc.? Ser consciente de estas posibilidades implica utilizar servicios diversos y descentralizados, preferir aplicaciones independientes, con funcionalidades concretas y términos de uso definidos y transparentes. De otro modo, antes de que nos demos cuenta, una infraestructura virtual muy similar a la china se habrá materializado en esta parte del mundo.